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Campo de Marte: el parque de las estatuas tributo


La plaza Bolognesi es un gran círculo de concreto del cual nacen diversas vías que conducen en distintas direcciones a los distritos de la gran ciudad. Guzmán Blanco es una de ellas, muere en la avenida 28 de Julio para dar paso a Salaverry, en cuyo principio se extiende un histórico parque - debido en parte a sus desfiles militares - de colosales proporciones, quizás por ello, el origen de su nombre.

En la mañana se muestra sobrio, frío, pálido, pero con gran movilidad en su entorno, debido a que deportistas de toda edad y condición física, lo envuelven a trote una y otra vez, desde las 05:00 horas hasta cumplir las vueltas de rigor, o hasta donde la voluntad lo permita. Por la tarde el panorama es familiar, amical, plácido, acompañado con un tímido sol que parece querer adelantar la primavera. Sin embargo, al anochecer, la oscuridad cubre parte del campo, dividiendo en dos el lugar.

18:30 La tarde ha perdido ya su sueva tonalidad naranja y, tras pasar por el breve gris, el inmenso color negro de la noche empieza a apoderarse de las calles, las primeras luces se prenden dando vida a las sombras. Pequeñas ráfagas de viento anuncian que el invierno sigue vigente, que no se ha ido ni se irá aún, las copas de los árboles se agitan, y el Campo de Marte se muestra ahora misterioso, conviviendo entre la luz y la ausencia de ésta.

La entrada principal, frente a 28 de Julio, es una sola, pero conduce a dos espacios totalmente diferentes, siempre enrumbado hacia la derecha un largo camino que se ramifica indistintamente permite el paseo por oscuras áreas vedes, alumbradas apenas por tibias bombillas que parecen disecadas luciérnagas. Parejas, en su mayoría, se han apoderado del lugar, además bajo la complicidad de la poca luz, se comparten cariño.

Al centro, una gran torre acoge a 4 estatuas con significados distintos pero que conviven en silencio. Mientras que al frente un grupo de jóvenes entrenan sus buenas artes, destacando entre ellas el malabarismo. Los pasos continúan buscando el otro extremo, ahora la oscuridad es más intensa, y las muestras de cariño de las parejas también. Casi al final, unos niños color carbón pese a estar petrificados muestran vida de una forma aterradora, y parecen moverse mientras quien los observa queda totalmente inmóvil.


20:00 Sin entender si se trataba de un escape o simplemente del deseo de continuar con el recorrido, abandono a estos niños – a quienes de seguro volveré a visitar – y tras pasar frente a una serie de juegos llego a la feria artesanal de turno, donde se ofrecen prendas y alimentos de diversas regiones del país, reunidas en un solo lugar, donde además la luz está presente casi en exceso. Recorro una y otra vez este largo callejón comercial, evitando en más de una ocasión a quienes decían conocer mi pasado y poder hacerme saber mi futuro.


20:30 Pregunto repetidamente por el monumento del Ojo que llora, pero al descubrir que este se encuentra al lado de la exposición de artesanías, atrapado en la oscuridad y separado de la atención del visitante por una fría reja, opto por la retirada con lástima e ira por no haber podido apreciar como se debe esta estructura. A la salida, el sonido de los buses parece envolverse, al igual que el llamado de los cobradores, quisiera que todo se detenga por un instante, pero la noche avanza y yo también debo seguir en esta vida de luces y sombras.

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